Un pavo real muy suprimido se acercó un día a una grulla que
estaba tranquilamente picoteando en un prado. Y, tras observarla unos
instantes, le dijo:
-No hay en el mundo nada tan hermoso como el abanico de
plumas que forma mi cola. ¡Mira con atención y aprende!
Y abriendo todo lo que pudo sus plumas se paseó jactancioso
ante la grulla.
-Reconozco- dijo esta- que eres mucho más hermoso que yo. ¿Qué
le vamos a hacer? Sin embargo, aunque tus plumas son muy bellas, no te sirven
para volar. En cambio, yo puedo elevarme velozmente hasta llegar a las nubes. ¡Mira,
presumido!
Diciendo esto, la grulla voló con tanta majestad y gracia
que el pavo quedó con la boca abierta y el moco caído.
-¿Para que te sirven tantas plumas, si no puedes volar con
ellas? ¡Ja, ja, ja!- murmuró el ave alejándose.
Si no te quieres
equivocar
a nadie debes
despreciar.
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