A través del juego, los más pequeños aprenden a reconocer
colores y formas, sabores y sonidos. Un poco más adelante, los niños usan el
juego para aprender a respetarse mutuamente y descubren el valor de la amistad,
el compañerismo, la colaboración. Para los adolescentes, el juego puede ser una
forma de explorar identidades posibles, además de una forma de desfogarse y de
mantenerse en forma.
No obstante, a pesar de su inmenso valor, el juego ha ido
desapareciendo de muchas escuelas e incluso de nuestros hogares, y
especialmente el juego libre, espontáneo y no estructurado. Conocidos programas
televisivos orientados a padres y madres afirman que hay que “enseñar a jugar”
a los niños según unas condiciones determinadas: en un lugar determinado, un
solo juguete cada vez, dejándolo todo perfectamente recogido... Uno puede
preguntarse qué niño puede experimentar placer y diversión o dejar florecer su
creatividad bajo condiciones tan limitadas.
El Dr. David Elkind, experto en psicología del desarrollo y
autor de The Power of Play: How Spontaneous, Imaginative Activities Lead
to Happier and Healthier Children (2007), estima que en los últimos
veinte años los niños de las sociedades postindustriales han perdido unas 12
horas de juego a la semana, y de ellas, 8 horas de juego libre. “La eliminación
de los juegos es tan perjudicial para el desarrollo saludable de los niños, si
no más, que la prisa por que crezcan demasiado deprisa demasiado pronto”,
escribe Elkind. Puede que la limitación del juego no se produzca de forma
premeditada, sino que tal vez nuestras prácticas cotidianas, en casa y en la
escuela, tengan como resultado una disminución del juego libre, espontáneo y no
dirigido. Sin duda, tendríamos que tomarnos el juego muy en serio, y pensar en
qué medida podemos propiciar o interferir en que nuestros hijos puedan jugar en
libertad. (1)
Jugar para gozar de una vida plena y saludable
En la primera infancia, el juego ayuda a los niños a
desarrollar habilidades que no podrían adquirir de otro modo. El balbuceo, por
ejemplo, es una forma de juego en que los bebés reproducen los sonidos del
idioma de sus padres. Del mismo modo, los niños aprenden solos a gatear,
ponerse de pie y caminar, y otras muchas destrezas, mediante la práctica repetitiva
del juego.
Luego, los niños emprenden juegos de rol y aprenden a regular
sus relaciones con los demás. También aprenden a negociar y solucionar sus
propios conflictos. Mientras juegan, los niños inventan historias, resuelven
problemas y negocian aplicando diferentes estrategias. Saben lo que quieren y
trabajan con ahínco para conseguir llevarlo a cabo. Como les mueve una
motivación interior, aprenden la poderosa lección de que son capaces de
perseverar en sus propias ideas hasta llegar a alcanzar un buen resultado.
Un informe de 2007 de la Academia Americana de Pediatría
documenta que el juego promueve el desarrollo del comportamiento y también el
crecimiento cerebral.(2) Algunos tipos de juego en particular tienen especial
importancia. Así, por ejemplo, la psicóloga israelí Sara Smilansky realizó una
serie de estudios clásicos sobre el juego sociodramático, donde dos o
más niños participan en fantasías compartidas, y demostró el valor de este
juego para el aprendizaje académico, social y emocional. “El juego
sociodramático activa recursos que estimulan el crecimiento social e
intelectual del niño, lo que afecta a su vez al éxito del niño en la escuela”,
concluye Smilansky en un estudio de 1990. “Por ejemplo, la resolución de
problemas en la mayoría de materias escolares requiere un alto grado de
imaginación o fantasía, visualizar cómo viven los esquimales, leer historias,
imaginar una historia y escribirla, resolver problemas matemáticos, y
determinar qué vendrá después”. Los niños que participan en formas complejas de
juego sociodramático tienen mejores habilidades lingüísticas que los que no lo
hacen, mejores habilidades sociales, más imaginación y más de esa capacidad
sutil que consiste en comprender lo que otros quieren decir. Son menos
agresivos y muestran mayor autocontrol y mayores niveles de pensamiento.(3)
Otras investigaciones ilustran la importancia del juego
físico para el aprendizaje y el desarrollo de los niños. Algunos de estos
estudios han destacado la importancia de los recreos. Así, el psicólogo Anthony
Pellegrini y sus colegas han comprobado que los niños de primaria están menos
atentos en clase cuando se retrasa el recreo o las pausas son insuficientes.(4)
Estudios en escuelas de primaria en Francia y Canadá, durante un período de
cuatro años, observaron que la actividad física regular tenía efectos positivos
en los resultados académicos. Dedicar un tercio del tiempo del colegio a la
educación física, el arte y la música mejoraba no solo la forma física, sino
las actitudes hacia el aprendizaje. Cientos de estudios sobre el efecto del
ejercicio en la función cognitiva confirman el viejo precepto mens sana in
corpore sano: la actividad física promueve el aprendizaje.
A pesar de la evidencia acumulada, en los últimos años se
puede ver cómo muchos padres y centros educativos aceptan la idea de que cuanto
antes se inicie la formación académica, mayor será el rendimiento
escolar en el futuro y el éxito en la vida. Esta idea lleva a algunas escuelas
a aplicar una metodología de corte académico ya en la etapa de 3 a 6 años:
introducen precozmente la lectura, la escritura y el cálculo, y reducen o
limitan el juego. Tal creencia a veces se ve reforzada en los hogares, donde
después de la jornada escolar, padres y madres sientan a sus hijos de corta
edad a completar fichas a modo de “deberes”, en lugar de permitirles que se
liberen de las tensiones acumuladas mediante el juego libre y espontáneo.
En Estados Unidos, la psicóloga Kathy
Hirsh-Paasek ha estudiado de forma exhaustiva las habilidades de niños que
van a escuelas infantiles de orientación académica y los que van a escuelas
infantiles orientadas al juego, y explica que los niños que asisten a las de
corte académico no adquieren más habilidades matemáticas o de lectura, y en
cambio sí muestran mayores niveles de ansiedad, son menos creativos y tienen
actitudes más negativas hacia la escuela que los niños que van a escuelas
infantiles orientadas al juego. (5)
Los estudios a largo plazo plantean dudas muy sólidas sobre
la idea común de que cuanto antes se empiece la formación académica, mejores
serán los resultados. En Alemania, por ejemplo, muchas de las escuelas
infantiles pasaron a centrarse en lo cognitivo a raíz de una reforma educativa
en la década de 1970. Cuando se compararon los resultados de 50 clases basadas
en el juego frente a 50 clases basadas en el aprendizaje temprano de las
disciplinas académicas, se pudo comprobar que, a los 10 años, los niños que
habían asistido a clases orientadas al juego obtenían mejores resultados en
lectura y matemáticas, y eran más equilibrados social y emocionalmente. También
mostraban mayor creatividad, inteligencia y expresión oral. Como resultado de
este estudio, los jardines de infancia alemanes volvieron a orientarse al
juego.
Recuperar el juego
El juego está motivado por el placer. Es una parte instintiva
del proceso de maduración del niño. No podemos evitar que un niño sano
practique el juego libre: lo iniciará a la menor oportunidad. El problema es
que hemos recortado el tiempo y las oportunidades de que pueda hacerlo. Por
supuesto, no podemos volver la espalda al cambio tecnológico, ni dar la vuelta
a los cambios, sociales y económicos que han contribuido a reducir el juego
infantil, pero seguramente sí que podemos buscar un cierto equilibrio y tratar
de recuperar oportunidades para el juego en la vida del niño.
David Elkind (1) apunta diferentes ideas para proporcionar al
niño oportunidades de juego:
Organiza encuentros con niños de su edad y facilita que
decidan el tipo de juegos en los que quieren participar. A los
niños de la misma edad les gusta jugar juntos. Suelen tener el mismo nivel de
destrezas y crean una relación de autoridad mutua. Es importante para los niños
participar en juegos con sus compañeros para poder establecer relaciones que
crecerán a medida que ellos crezcan.
Evita que tenga demasiados juguetes con demasiada frecuencia. Jugar con
juguetes nutre la disposición del niño para usar la imaginación y la fantasía.
Pero, en lo que se refiere a los juguetes, menos es más. A menudo los
niños se sienten abrumados por la multitud de juguetes que tienen a su alcance
y acaban pasando de un objeto a otro sin disfrutar de ninguno en particular. En
cambio, disponer de menos objetos puede ser un estímulo para usarlos de forma
creativa e imaginativa. Asegúrate de que los juguetes que compras pueden
proporcionar inspiración imaginativa, no solo diversión o distracción pasajera.
Cuidado con organizar demasiadas actividades. Muchos
padres esán tan preocupados por “preparar” a sus hijos para el futuro, que
consideran el juego como un lujo o una pérdida de tiempo. Asegúrate de que tus
hijos disponen todos los días de tiempo libre y sin programar. Permite que el
niño elija la actividad que quiera para ocupar ese tiempo y proporciónale
materiales, como ropa de segunda mano, tus propios zapatos, bolsos, u otros
objetos cotidianos que fomentan la expresión creativa y los juegos
imaginativos.
Explora la naturaleza. Sal con tus hijos al parque o a
dar un buen paseo en plena naturaleza. Anímalos a hacer preguntas sobre lo que
ven y a jugar con lo que encuentran. Trepar a un árbol, revolcarse por la
hierba, jugar con plantas y tierra y observar los insectos son maneras
sencillas y divertidas de entrar en contacto pleno con la naturaleza. Esa
relación con la naturaleza, además del disfrute, puede brindar oportunidades
para aprender conceptos como las similitudes y las diferencias, o la constancia
las cosas más allá del cambio. Estos conceptos son una preparación importante
para construir los elementos básicos de las matemáticas, la lectura y las
ciencias.
Implícate en la escuela. Otra forma de devolver el
juego a la vida de los niños es garantizar que en la escuela tienen descansos
de un mínimo de media hora, en que puedan gozar del juego libre no dirigido.
También debemos revisar el problema general de una educación orientada a los
exámenes en la escuela actual. Cuando los maestros se ven obligados a enseñar
para los exámenes, son menos innovadores en sus métodos educativos y dejan
menos espacio para los juegos y la imaginación. Unos métodos educativos más
creativos, centrados en los intereses de los niños y su predisposición al
juego, les harán disfrutar con sus maestros, y ello a la vez reforzará su
interés por las materias.
Reference. David Elkind The
Power of Play: How Spontaneous, Imaginative Activities Lead to Happier and
Healthier Children).
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